viernes, 18 de mayo de 2012

El yerro se acusa a sí mismo


Por si acaso no habíais tenido la oportunidad de leerme en Jaraíz, rescato aquí un artículo que escribí hace unas semanas. Hoy, sinceramente, no tengo el cuerpo para ferrocarriles. (bueno, al menos la foto sí es de trenes, algo es algo). Espero que os guste.

1898 fue un año pródigo en acontecimientos. Francia y Gran Bretaña estuvieron a punto de liarla parda en Fashoda (Sudán) por unos territorios coloniales de nada. Los estadounidenses nos bajaron de los barcos (y de la utopía) a base de cañonearnos con saña, proporcionando así la extremaunción a los restos del imperio colonial. Los bilbaínos del Athletic Club fundaban su equipo de fútbol y, en Francia, un escritor consagrado (Émile Zola) publicaba en el diario parisino L’aurore un célebre artículo titulado J’accuse, en el que defendía la inocencia de Alfred Dreyfus, un militar judío de Alsacia que fue condenado por traición. La revisión del caso demostró que el juicio había sido amañado por intereses políticos. La rehabilitación de Dreyfus, no obstante, tuvo que esperar hasta 1906, una vez que la cúpula militar francesa se avino a aceptar las evidencias más que flagrantes a favor del alsaciano. En su artículo, Zola defendía la inocencia del acusado en base a la multitud de pruebas que existían a su favor, redactando un alegato en pro de la claridad y la justicia que ha traspasado las barreras del tiempo. Y yo, que a Zola no le llego ni a la altura de los zapatos, quiero homenajearlo acusándome a mí mismo de algunos pecados inconfesables.
Yo me acuso de haber pensado que la educación pública puede ser de calidad, de haber defendido que la ratio de las aulas debe ser inferior a 25 alumnos y de haber apoyado los refuerzos para los alumnos que los necesitan. Nuestros queridos gobernantes nos han demostrado que todas las medidas tendentes a fomentar la calidad en la enseñanza son una quimera, un gasto innecesario, poco eficaces y mal planteadas. Los audaces y bien engrasados resortes del poder nos van a demostrar que una clase de 30 o 35 alumnos sin refuerzos, sin apoyo educativo, sin programaciones adaptadas para los niños con deficiencias diagnosticadas, puede ser perfectamente viable para construir ciudadanos que, gracias a los desvelos de nuestro gobierno, ya no tendrán que pensar en complicadas quimeras filosóficas de libertad, individualismo, historia, ética o respeto. Ahora se primarán valores más necesarios para la sociedad del siglo XXI como la religión, la obediencia, la sumisión y la autoridad. Y el que quiera buena educación, qué caray, que se la pague. Lo bueno no puede ser gratuito.
Yo me acuso de haber protestado por los ajustes temporales que van a llevar a nuestro país a la cima de Europa, igual que la selección de fútbol nos ha llevado a las más altas cotas del dominio mundial (y que los facciosos denominan recortes). Ahora he visto la luz, he entendido con claridad que aquellos que tengan un familiar dependiente no pueden reclamar que el maná caiga del cielo. Gracias a las audaces políticas de los ministros, los afectados tendrán que exprimir su imaginación y capacidad para valerse por sí mismos, porque es intolerable que en el siglo XXI existan ayudas para que el sacrificio de las familias y el cuidado de una persona dependiente se recompensen.
Yo me acuso de haber pensado en la sanidad como un bien universal al cual todos tenemos derecho. Afortunadamente, el gobierno me ha abierto los ojos al respecto, recordándome que es inconcebible que pretenda curar mi enfermedad crónica a costa de los españoles. Las autoridades políticas y regionales me han demostrado que lo de ir al médico es un lujo, una frivolité que los hijos de los obreros nos hemos creído y que en ningún modo se puede consentir. Por eso, respiro tranquilo al pensar que mis dolores, picores, bultos sospechosos y demás situaciones de riesgo para la salud van a pasar a un segundo plano, ya que si no se diagnostica, no existe el problema. Y si se manifiesta, nada de I+D: a rezar y a confiar en la sapiencia infinita de nuestros líderes.
Yo me acuso de haber vivido por encima de mis posibilidades. Y también acuso a mis progenitores por haberlo hecho. Sí, es cierto que mi padre trabajaba doce horas de camarero para poder pagar las facturas y el autobús que me llevaba a Valdepeñas a estudiar, pero aún así vivimos por encima de nuestras posibilidades. También es verdad que nunca fuimos de vacaciones a ningún lado, no tuvimos un techo propio hasta que no cumplí los 15 años y, para ayudar en la economía familiar, tuve que trabajar desde los 16 lejos de mi casa, vendiendo juguetes en las ferias y mercadillos. Pero insisto, siempre vivimos por encima de nuestras posibilidades, creyéndonos los amos del universo con lo de la democracia y lo del voto. También es verdad que no pude ir a la universidad y tuve que trabajar y costearme los estudios por mí mismo porque la economía doméstica no nos llegaba, pero es que el sitio de un proletario es la alienación y sumisión, ¿qué es eso de creerse con ínfulas de licenciado?
Finalmente, yo me acuso de haber tenido pensamientos impuros con respecto a las intenciones honrosas, legítimas, puras y prístinas de aquellos que comandan la nave de España, los cuales nos van a sacar de esta situación, ya verán, ya. He comprendido que gobernar es muy complicado y que todo lo que nos habían contado de nuestros derechos es mentira, que en la vida solamente hay deberes y que hemos de cumplirlos sin rechistar, ni siquiera pacíficamente. De hecho, estoy pensando que también me tengo que acusar de este artículo, escrito con tal amargura, desolación, tristeza e ironía por la situación de nuestro país que hasta me duele el alma.  Hasta la semana que viene. 


domingo, 6 de mayo de 2012

Que siga el yerro su camino...

Antes de nada, y ahora que han pasado unos días, quisiera agradecer a todos/as los que vinieron a la conferencia del viernes pasado su asistencia, puesto que el salón de actos estuvo muy concurrido. No se llenó pero pasamos de la media entrada, por lo que estoy más que satisfecho. Y eso contando conque muchos de vosotros no pudisteis venir, por motivos laborales, de salud, viajes, por vivir en otros lugares, porque había otros planes, etc. En cualquier caso insisto: tratándose de un tema como el del ferrocarril y extendiéndome como lo hice el resultado final no fue nada malo. De nuevo, gracias.
Hoy me gustaría comentar alguna cosa más de la estación de Santa Cruz, al menos de esos momentos iniciales de su existencia. Fue la compañía de MZA la que se asentó en la localidad en 1862, quedando englobada Santa Cruz en el tramo Manzanares-Córdoba. En cualquier caso llegar hasta esa situación no fue nada fácil. Como ya he comentado en este mismo blog, los planes ferroviarios de ese momento distaban mucho de ser firmes, y variaban de recorrido con excesiva facilidad. Si ya costó un gran esfuerzo que los caminos de hierro se dirigieran de Manzanares a Valdepeñas, otro aún mayor fue conseguir que el tren tuviera parada en Santa Cruz de Mudela, puesto que la intención de la compañía era trazar un itinerario hasta Torrenueva y Castellar de Santiago, para luego dirigirse hacia el sur en su anhelada búsqueda de los puertos andaluces.
En el caso de nuestra localidad no disponemos (aún) de un nombre o de un acontecimiento que supusiera el cambio de parecer de la ya todopoderosa MZA. Si en Valdepeñas fue el ingeniero Eduardo Carlier el que consiguió la instalación del edificio de viajeros en su entorno, para la estación de Santa Cruz solamente cabe suponer que los ingenieros que diseñaron el camino de hierro (todos ellos de procedencia belga) entendieron que el trayecto hacia Córdoba desde Valdepeñas tenía un único sentido: hacia el sur. No niego que pudieran existir algunas presiones de las élites burguesas y comerciales que ya existían en la zona, como el Marqués de Mudela y sus negocios vitivinícolas, pero eso, insisto, es una hipótesis que no está comprobada. En cualquier caso, la línea férrea tomó la dirección hacia Despeñaperros y nuestra villa tuvo la fortuna de tener, en su seno, una estación ferroviaria.
El caso de nuestro pueblo fue bastante curioso, porque a diferencia de otros lugares en los que la instalación de los caminos de hierro tuvo un impacto inmediato, Santa Cruz de Mudela pasó por un largo periodo de crisis demográfica y económica. En realidad el asunto no tiene nada de extraño porque el país mismo sufrió los inconvenientes y trastornos de una depresión generalizada a partir de 1866, y cuyos efectos fueron tan impactantes que llevaron incluso a la proclamación de una dinastía distinta a la de los Borbones y al intento de manejarnos políticamente con la I República española, que tantos problemas tuvo que afrontar. Los efectos de esa crisis económica, financiera y política, sumados a la incidencia de distintos episodios funestos en el campo santacruceño (sequías y langosta principalmente) y al castigo de las epidemias (cólera morbo, tifus, sarampión, etc.) hicieron que la llegada de los caminos de hierro no fuese en modo alguno halagüeña, y no indicaba, desde luego, el gran aporte que posteriormente legaría la estación a la localidad. Pero eso, si lo tenéis a bien, lo contaré en otra ocasión.