Por si acaso no habíais tenido la oportunidad de leerme en Jaraíz, rescato aquí un artículo que escribí hace unas semanas. Hoy, sinceramente, no tengo el cuerpo para ferrocarriles. (bueno, al menos la foto sí es de trenes, algo es algo). Espero que os guste.
1898 fue un año pródigo
en acontecimientos. Francia y Gran Bretaña estuvieron a punto de liarla parda
en Fashoda (Sudán) por unos
territorios coloniales de nada. Los estadounidenses nos bajaron de los barcos (y
de la utopía) a base de cañonearnos con saña, proporcionando así la
extremaunción a los restos del imperio colonial. Los bilbaínos del Athletic
Club fundaban su equipo de fútbol y, en Francia, un escritor consagrado (Émile
Zola) publicaba en el diario parisino L’aurore
un célebre artículo titulado J’accuse,
en el que defendía la inocencia de Alfred Dreyfus, un militar judío de Alsacia
que fue condenado por traición. La revisión del caso demostró que el juicio
había sido amañado por intereses políticos. La rehabilitación de Dreyfus, no
obstante, tuvo que esperar hasta 1906, una vez que la cúpula militar francesa
se avino a aceptar las evidencias más que flagrantes a favor del alsaciano. En
su artículo, Zola defendía la inocencia del acusado en base a la multitud de
pruebas que existían a su favor, redactando un alegato en pro de la claridad y
la justicia que ha traspasado las barreras del tiempo. Y yo, que a Zola no le
llego ni a la altura de los zapatos, quiero homenajearlo acusándome a mí mismo
de algunos pecados inconfesables.
Yo me acuso de haber
pensado que la educación pública puede ser de calidad, de haber defendido que
la ratio de las aulas debe ser inferior a 25 alumnos y de haber apoyado los
refuerzos para los alumnos que los necesitan. Nuestros queridos gobernantes nos
han demostrado que todas las medidas tendentes a fomentar la calidad en la
enseñanza son una quimera, un gasto innecesario, poco eficaces y mal
planteadas. Los audaces y bien engrasados resortes del poder nos van a
demostrar que una clase de 30 o 35 alumnos sin refuerzos, sin apoyo educativo,
sin programaciones adaptadas para los niños con deficiencias diagnosticadas,
puede ser perfectamente viable para construir ciudadanos que, gracias a los
desvelos de nuestro gobierno, ya no tendrán que pensar en complicadas quimeras
filosóficas de libertad, individualismo, historia, ética o respeto. Ahora se
primarán valores más necesarios para la sociedad del siglo XXI como la
religión, la obediencia, la sumisión y la autoridad. Y el que quiera buena
educación, qué caray, que se la pague. Lo bueno no puede ser gratuito.
Yo me acuso de haber
protestado por los ajustes temporales que van a llevar a nuestro país a la cima
de Europa, igual que la selección de fútbol nos ha llevado a las más altas
cotas del dominio mundial (y que los facciosos denominan recortes). Ahora he
visto la luz, he entendido con claridad que aquellos que tengan un familiar
dependiente no pueden reclamar que el maná caiga del cielo. Gracias a las
audaces políticas de los ministros, los afectados tendrán que exprimir su imaginación
y capacidad para valerse por sí mismos, porque es intolerable que en el siglo
XXI existan ayudas para que el sacrificio de las familias y el cuidado de una
persona dependiente se recompensen.
Yo me acuso de haber
pensado en la sanidad como un bien universal al cual todos tenemos derecho.
Afortunadamente, el gobierno me ha abierto los ojos al respecto, recordándome
que es inconcebible que pretenda curar mi enfermedad crónica a costa de los
españoles. Las autoridades políticas y regionales me han demostrado que lo de
ir al médico es un lujo, una frivolité
que los hijos de los obreros nos hemos creído y que en ningún modo se puede
consentir. Por eso, respiro tranquilo al pensar que mis dolores, picores,
bultos sospechosos y demás situaciones de riesgo para la salud van a pasar a un
segundo plano, ya que si no se diagnostica, no existe el problema. Y si se
manifiesta, nada de I+D: a rezar y a confiar en la sapiencia infinita de
nuestros líderes.
Yo me acuso de haber
vivido por encima de mis posibilidades. Y también acuso a mis progenitores por
haberlo hecho. Sí, es cierto que mi padre trabajaba doce horas de camarero para
poder pagar las facturas y el autobús que me llevaba a Valdepeñas a estudiar,
pero aún así vivimos por encima de nuestras posibilidades. También es verdad
que nunca fuimos de vacaciones a ningún lado, no tuvimos un techo propio hasta
que no cumplí los 15 años y, para ayudar en la economía familiar, tuve que
trabajar desde los 16 lejos de mi casa, vendiendo juguetes en las ferias y
mercadillos. Pero insisto, siempre vivimos por encima de nuestras
posibilidades, creyéndonos los amos del universo con lo de la democracia y lo
del voto. También es verdad que no pude ir a la universidad y tuve que trabajar
y costearme los estudios por mí mismo porque la economía doméstica no nos
llegaba, pero es que el sitio de un proletario es la alienación y sumisión,
¿qué es eso de creerse con ínfulas de licenciado?
Finalmente, yo me
acuso de haber tenido pensamientos impuros con respecto a las intenciones
honrosas, legítimas, puras y prístinas de aquellos que comandan la nave de
España, los cuales nos van a sacar de esta situación, ya verán, ya. He comprendido
que gobernar es muy complicado y que todo lo que nos habían contado de nuestros
derechos es mentira, que en la vida solamente hay deberes y que hemos de
cumplirlos sin rechistar, ni siquiera pacíficamente. De hecho, estoy pensando
que también me tengo que acusar de este artículo, escrito con tal amargura,
desolación, tristeza e ironía por la situación de nuestro país que hasta me
duele el alma. Hasta la semana que
viene.