domingo, 26 de agosto de 2012

Tadeo (con dos) Jones

El 31 de agosto se estrena en España Tadeo Jones (en 2 y 3D, of course). Ya he visto el tráiler en la tele (aquí tenéis la Web oficial: http://www.tadeojones.com/) y he podido disfrutar de un corto bastante divertido sobre la mano de Nefertiti, que imagino se podrá ver antes de la película en sí, a modo de aperitivo. La cinta, en principio, tiene buena pinta, aunque también la tenía Planet 51 y luego fue una auténtica cagada de refritos, poco humor, nula inspiración y, sobre todo, demasiado previsible. En cualquier caso, y como sé que otros mucho más expertos que yo en la materia dirán lo que deban sobre Tadeo Jones (que es como decir que Roselino, seguramente, pondrá algún artículo o comentario en el que desmenuzará concienzudamente la cinta), creo que me voy a dedicar a uno de mis deportes favoritos, es decir, el tema elegido por los guionistas: la arqueología.
El 30 de julio volví a coger el pico, la esportilla, el aciche y el paletín con motivo del X curso de arqueología de campo que organiza Orisos (y en el que colaboran la UNED de Valdepeñas y el Ayuntamiento local). Allí estuvimos, hasta el 10 de agosto, unos cuantos enamorados del mundo ibérico y del Cerro de las Cabezas. En esos días fuimos retirando los estratos de los cortes asignados, siguiendo el método Harris y poniendo cuidado en no mezclarlos, romperlos o confundirlos, para lo cual contamos con la supervisión de Tomás y Julián, que en estos días se multiplicaron para atender a los tres grupos. El curso estuvo bastante bien, y aunque el objetivo del mismo era la comprensión teórica y práctica de la estratigrafía, también tuvimos oportunidad de poder exhumar distintas piezas cerámicas de todo tipo (cocina, estampilladas, grises, etc.), un suelo cenizoso sobre el que aparecieron algunos objetos de interés, un fragmento de pasta vítrea... Fueron dos semanas intensas pero bien aprovechadas, en las que de nuevo tuvimos la oportunidad de entrar en contacto con la arqueología bien hecha y con las características intrínsecas de esta ciencia que todavía tiene mucho que enseñarnos. Y me refiero, lógicamente, a la verdadera arqueología, a la que se hace como norma general, a la que huye de la búsqueda del tesoro, a la que intenta comprender la sociedad del pasado atendiendo a la generalidad de una excavación y no la que se limita a recoger una pieza soberbia, musealizarla y exhibirla en un lugar convenientemente iluminado, salir en los periódicos rodeados de cámaras, micrófonos y flashes y luego si te he visto no me acuerdo...
Me parece bien que se hagan películas como la de Tadeo Jones, pero me temo que la cinta va a ser un remedo de la saga de Indiana, quizá con más humor o con una visión más festiva y destinada a todos los públicos, pero remedo al fin y al cabo. Los que me conocen saben de mi aversión al ínclito profesor Jones, cuyas películas me parecen una burla despiadada a los que trabajan en la arqueología. No voy a negar que algunos profesionales eméritos y famosos (y yo los he sufrido en mis propias carnes) han pretendido seguir una tercera vía entre la espectacularidad del látigo de Jones y la sobriedad de los buenos técnicos arqueólogos, pero no es lo habitual. Hay que soportar calor, incomodidades, suspicacias, envidias, puñaladas traperas y un montón de sinsabores para llevar a cabo una excavación. Y si a ello sumamos la actual situación económica podréis entender que ahora mismo los yacimientos en España (al menos los de esta región castellanomanchega) están desatendidos por falta de recursos. Y mira que hay profesionales buenos, maravillosos, que planifican una excavación atendiendo a todos y cada uno de los detalles que hay que tener en cuenta. Pero desgraciadamente y a causa de los malentendidos y medias lecturas que se hacen de la arqueología, la gente todavía piensa que uno va al corte ataviado con un sombrero de cuero, botas de cowboy (las espuelas son opcionales), chaleco ajustado a unos pectorales anormalmente inflados y un látigo colgando del pantalón (el cual, a pesar del polvo y de la suciedad siempre va impolutamente limpio y planchado).
Quizá de toda esta situación no solamente sea culpable el maldito profesor Jones, seguramente los propios arqueólogos tienen parte de culpa por no haber cortado la Castellana con cada estreno mundial y, al estilo de los mineros en Madrid, liarla parda y protestar por la visión sesgada, maniquea y gratuita que se da de la ciencia arqueológica en las películas de Indy. Es frustrante ver cómo este supuesto profesor universitario llega a un sitio, paraliza a todo el mundo con su encanto tipo splendid isole, descubre un objeto que llevaba desaparecido desde el año del hambre y, ni corto ni perezoso, se lo lleva consigo a su patria natal donde, triunfante, lo exhibirá para contento de los aburguesados, que cabecearán comprensivos cuando Jones, con su proverbial labia, explique cómo ha quitado este preciado objeto a una panda de ígnaros, bárbaros y analfabetos que no sabían que poseían un tesoro entre sus manos... Y bueno, si lo sabían peor para ellos, que se hubieran preocupado por aprender inglés para explicarse, que uno no puede aprenderse todas las lenguas del mundo... 
No creo que vaya a ver Tadeo Jones, aunque lo mismo hago el esfuerzo (como hice con las películas de Indiana) y disfruto de la animación, las bromas y los gags. Eso sí, tendré que abstraerme y pensar que, en lugar de la arqueología, estoy viendo a un albañil (la verdad es que los guionistas podían haber elegido otro tipo de profesional, que no está el ladrillo como para hacer mofa del mismo) que descubre un tesoro en su cuarto trastero. Porque la otra opción es blasfemar en buen castellano en el cine, y uno tiene ya demasiados años para ello. 


sábado, 4 de agosto de 2012

Yerro y arqueología

Excavar en el  Cerro de las Cabezas tiene muchas ventajas. Conoces a un montón de personas que tienen las mismas inquietudes que tú, aprendes de los mejores arqueólogos de Ciudad Real, encuentras restos del pasado que, perezosos, van saliendo a la luz, compartes conversaciones, sudor y esfuerzo con compañeros/as a los que llegas a apreciar de verdad, haces un poco de ejercicio gracias al pico, las carretillas, las esportillas y las legonas... Y además, te encuentras en el mejor sitio para ver pasar los trenes. Ya sé que el yacimiento es una maravilla y que sus características lo hacen único (14 hectáreas, cronología desde el VIII-II a.C., incontaminado por otras culturas, centro difusor de cerámica estampillada, y así un largo etcétera)... Pero para mí es un enorme placer poder levantar la vista del corte que en ese momento estás excavando y ver circular un mercancías, o el media distancia que hace el trayecto entre Jaén y Madrid. El sonido llega nítido, sobre todo el de las máquinas diésel, y como quiera que la llanura manchega permite enormes rectas el visionado de estos trenes se realiza en condiciones perfectas.
Además, me temo que no soy el único que durante la jornada de excavación levanta la vista para contemplar a estos monstruos de metal. Otros compañeros/as también lo han hecho, muchas veces, y el resultado siempre es el mismo: comienzas a mirar hacia un extremo de la vía y vas desplazando, lentamente, tu  cabeza hacia el otro lado, sin perder detalle de los vagones, de su color, de la composición del tren, de su velocidad, su sonido (que a veces se mezcla con el ruido infernal de la autovía)... Y una vez que el último vagón ha franqueado el puente que se encuentra al lado del de San Miguel vuelves a coger el astil de madera del pico y a seguir hundiéndolo en la tierra, que después de tres o cuatro días de intenso trabajo está más dúctil, más húmeda, menos compactada. Sí, es cierto, este año en el corte apenas nos está saliendo cerámica (algunos buenos fragmentos de la gris, que es muy bonita), pero a huesos no nos gana nadie, creo que hemos desenterrado ya medio rebaño.
El curso de este año es de reencuentros, de viejos y nuevos amigos y de experiencia, mucha experiencia. La crisis afecta, sobre todo, al mundo de la cultura, del patrimonio, de la educación, de la sanidad... Y a la arqueología, ya lo creo. El yacimiento lleva dos años sin campaña de excavación, y Orisos (que es quien organiza el curso) junto con el Ayuntamiento de Valdepeñas y la UNED decidió seguir programándolo. El año pasado se llevó a cabo, y este año también, a pesar de cómo está la situación. Me alegro de que la directiva de la asociación haya apostado por la continuidad, habla a las claras del compromiso de todas estas personas con la cultura y con la defensa del patrimonio local y comarcal.
Como este año somos pocos nos hemos dividido en tres grupos, bien avenidos y repartidos. Conmigo y como podéis ver en la foto que amablemente nos hizo Tomás Torres (seguramente el mejor arqueólogo que conozco (con el permiso de Julián y Javier)) está Tonka, Llanos y Juanma, tres maravillosas personas con las que trabajar, bromear y profundizar en el mundo arqueológico. Tal vez estéis pensando que estaríamos mejor en el salón de casa, a la sombra, viendo en la tele un documental de cómo se excava; que nos encontraríamos mucho mejor con una bebida fresca en las manos, en lugar de estar picando y levantando polvo a 38 grados centígrados; que por las tardes la siesta es sagrada y no la deberíamos cambiar por limpiar cerámica o escuchar charlas sobre estratigrafía... Pero es que la tierra roja del Cerro tira mucho, y si además los de Orisos tienen la enorme deferencia de contar contigo es porque, verdaderamente, este año había que estar allí, en la ladera, picando, rascando y perfilando. Y, por supuesto, contemplando el discurrir de los trenes por la llanura manchega, al lado del Jabalón. Menudo lujo de campaña, ya os lo digo yo.