domingo, 7 de octubre de 2012

Una reina es una reina es una...

Seguramente no hay una época más interesante dentro de la historia contemporánea de España que la de Isabel II. Bueno, la de Fernando VII tampoco está mal, es cierto, pero la cantidad y profundidad de las reformas que se llevaron a cabo desde 1843 a 1868 convierten este lapso de tiempo en fundamental para nuestro país (para lo bueno y para lo malo, en esa eterna dualidad que enmarca todas las empresas que se han puesto en marcha en la Península Ibérica, donde mejor que en ningún otro lado se pone de manifiesto que a toda fuerza positiva se le contrapone otra igual en el sentido contrario... A veces incluso dominante).
Reconozco que he leído mucha bibliografía sobre el particular, pero uno de los libros más deliciosos que me he echado al coleto es el de Cortés Cavanillas, publicado en 1961. Curiosamente la monografía es sobre Alfonso XII y no sobre su madre, pero el libro incluye jugosas anécdotas sobre el reinado de Isabel que, además, están contadas con cierta gracia. No voy a extenderme sobre las mismas, pero la que más me gusta es una que hace referencia a la supuesta homosexualidad de Francisco de Asís, el rey regente. Según cuenta el libro, Isabel contó a sus allegados (ya sabéis que la reina se rodeaba de una camarilla en la que el mérito principal era ser milagrera, confesor o pisaverde) que en la noche de bodas se llevó una sorpresa morrocotuda cuando comprobó que el rey llevaba sobre su cuerpo más puntillas que ella misma. Si tenéis oportunidad de leerlo, no lo dudéis. Es un libro muy afín a los Borbones, que ensalza todos y cada uno de los actos de Alfonso, pero es de lectura amena.
Retomando la cuestión de la entrada, y siendo este blog referido a los caminos de hierro, la época de Isabel es la del tren, la de la primera ley de ferrocarriles, la de la expansión por la Península de los primeros raíles, la de las primeras decepciones, la de los primeros trayectos y los primeros vacíos, la de los primeros proyectos que se quedaron en el papel, la de los primeros yerros... Una época de trenes, que huele a carbón y vapor, que tiene el color del gris del balasto y del pardo amarillento de la creosota de las traviesas de roble. Y fue durante el gobierno largo de Unión Liberal (una vez apagados los fuegos del Bienio progresista y en plena vorágine constructora) cuando la reina decidió hacer una visita a Santa Cruz de Mudela, utilizando el tren para ello. El asunto está narrado en un montón de relatos decimonónicos, aunque el que más me gusta es el de Cos-Gayón, pues en él se describen las poblaciones que se visitan, las gentes que acuden a ver a Isabel, etc. Y os puedo asegurar que las autoridades locales se tomaron el asunto con gran interés, habida cuenta de que se gastaron siete mil reales para engalanar la villa con arcos florales, globos, vasos de colores, bengalas en el paseo de la estación, etc. Se trataba de recibir a la máxima autoridad de España con honores y devoción, aunque el pueblo que admiraba los ropajes, los carruajes y el trasiego de la comitiva real, ese día, tal vez no tuviera ni para comer. Quizá por eso y por acallar algunas conciencias, era usual repartir limosnas en las villas que se visitaban. En Santa Cruz se dieron 20 000 reales para pobres y 2000 para la parroquia, lo que evidencia dos cosas, una evidente (la religión poseía un poder intocado en la época de Isabel) y otra derivada (las familias menesterosas de la población eran muy numerosas; esto último lo podemos deducir porque de los 54 000 reales que se repartieron entre Alcázar, Manzanares, Valdepeñas, Viso del Marqués y Santa Cruz, el 37 por ciento de esa cantidad se destinó a la población santacruceña, lo que implica que en ese momento la situación no era muy halagüeña, y desde luego que era así: epidemias, sequía, esterilidad en los campos, etc.).
El alojamiento real se ubicó en la casa de los Barnuevo, que estaba en la plaza (y que en la localidad fue siempre conocida como de la Chirona). Y según cuentan los viejos del lugar (y los que no lo son tanto) la habitación donde durmió Isabel quedó bautizada, desde entonces, como la de la reina. Lo que nos habla del impacto que estos viajes provocaban en pequeños municipios como el de Santa Cruz, los cuales rompían la dinámica recurrente de trabajo de sol a sol, calles embarradas y sucias, paredes encaladas, niños descalzos, viáticos apresurados en mitad de la noche... 
Curiosamente el nieto de Isabel, Alfonso XIII, también viajó mucho a Santa Cruz. Pero bien porque la época era la del siglo XX, bien porque los viajes fueran más discretos y con una finalidad tan mundana como la de la caza, lo cierto es que no tuvieron tanto impacto... Pero para desgranarlos habrá que esperar a otra ocasión, es lo que tiene no querer convertirse en cansino. Así que, hasta la próxima ocasión.

 

2 comentarios:

  1. Como me gusta que me ilustres en estos menesteres amigo Daniel. Lo dos somos, al menos en apariencia, de cabeza gorda aunque con la sutil diferencia de que tu gozas de retentiva y eres capaz de desgranar lo que lees y lo mucho que atesoras en el intelecto. En cambio un servidor que es de memoria exigua deja de recordar lo que leyó o hizo a los cinco minutos de hacerlo. Por ello admiro con sinceridad esa capacidad de recordar hechos y acaecimientos como el hoy nos cuentas. Supongo que la casa a la que haces referencia es donde hoy está ubicada la oficina de correos, horrenda a más no poder, y que fue demolida en su día por la incompetencia de las autoridades locales que unos tras otros han ido dejando al pueblo con escasos vestigios del pasado. Recuerdo que en la esquina de la casa había una especie de placa llena de letras y de la que nadie, al menos que yo recuerde, logró descifrar su significado y que fue a parar al mismo vertedero donde hubieron de reposar los escombros. Un gusto leerle y poder aprender tanto. Sigue con estas historias que tanto nos ilustran. Un abrazo.

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  2. Efectivamente amigo Mauro, la casa de la Chirona era la que tú dices. Yo no la conocí porque ya era solar en mi época, pero la gente que sí la recuerda (y entre ellas la madre de mi santa) habla de la inmensidad de sus interiores, de sus habitaciones, etc. Lo de Chirona siempre me intrigó, porque cuando de pequeño jugábamos en las eras del portajo había ocasiones en las que organizábamos partidos contra los de las eras de la chirona, partidos que derivaban en épicos, de resultados abultados, trampas, palos, dimes y diretes. Y fíjate, luego me he dado cuenta que lo del sobrenombre de Portajo le viene a la era por ser el sitio donde se pagaba el portazgo de la localidad, el cual desapareció a finales del XIX gracias, por cierto, al ferrocarril. Y lo de Chirona, según la tradición santacruceña, viene por haber tenido la casa unas habitaciones utilizadas como celda. Pero esto último no lo tengo tan claro.
    En fin querido Mauro, que tal vez no tengas la retentiva cabezonil que yo atesoro, pero el modo de afrontar tus escritos, la buena pluma que gastas y la ironía fina que destilan tus entradas en el blog compensan, con creces, esa pequeña carencia (que, en cualquier caso, no tengo yo tan clara).
    Pues hale, un saludo. Y una pena esa placa que dices tú. Ciertamente muchas cosas de nuestra historia se han perdido así, y ahora no podemos nada más que lamentarnos.

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