lunes, 16 de julio de 2012

Otro 18 de julio se avecina...

 No, no me entendáis mal, no me refiero a que la situación en este país es tan mala que podría ocurrir un nuevo golpe de estado y liarse pardísima otra vez, me refiero a que el miércoles es mi aniversario. Hasta ahí todo normal, me diréis. Es algo que, por regla general, hacemos todos los humanos (excepto algunos conocidos que prefieren conservar para sí su edad y siempre cumplen, ¡oh misterio insondable!, 43 años). El problema es que, además de que uno va pisando las inseguras tablas que cercan la fortaleza de los cuarenta, la fecha no es del todo amable. Algunos nacen el 25 de diciembre, o el 24, y todos coinciden en resaltar lo significativo del evento; otros han venido al mundo en fechas que marcan inicios de equinoccios, solsticios, días de la hispanidad o celebraciones varias...
...Y otros hemos nacido el 18 de julio. He ahí el motivo, el dilema, mi gran preocupación, mi marca negra e indeleble. Para un historiador la fecha resuena como una lúgubre campana en el interior del cuerpo, porque ese infausto día tres generales del ejército español (Franco, Goded y Mola) decidieron levantarse contra el gobierno legítimo de su patria y llevar a cabo un golpe de estado que se extendió a lo largo de tres años, en una guerra sin sentido que arruinó al país y cercenó las pocas esperanzas de libertad, igualdad, educación y modernidad que a la II República le quedaban. 18 de julio, día del Alzamiento nacional, anteriormente fecha de celebración (que ya me diréis qué demonios podía celebrarse: ¿la masacre de inocentes? ¿El comienzo de una guerra? ¿La destrucción de la industria nacional? ¿Los penosos años de autarquía paupérrima y de aislamiento internacional?). Y yo, incauto de mí, fui a nacer en tamaña fecha, que tantos regustos amargos me provoca. Pensaréis que la cosa no es para tanto, caramba, que debería hacer un esfuerzo por entresacar lo positivo del día y exorcizar al demonio funesto, al demonio sangriento y vil que me amarga la tarta de cumpleaños... Pero es complicado hacerlo cuando uno se pone a pensar en lo que inició esa fecha, en lo que supuso para los sufridos españoles de aquella época, en la violencia desatada en los dos bandos, en las venganzas y las deudas de sangre... Y sobre todo en la brutal y carbonizadora represión, en la justicia al revés (es decir, calificar de levantados contra la legalidad a quienes defendieron el gobierno legítimo de España), en la amenazadora sombra de la desafección... Hay tanto sufrimiento provocado por el 18 de julio, tantas voces exclaman su inocencia desde una cuneta o desde un panteón, desde una fosa común o desde las raíces de un olmo, que no puedo concentrarme en los fastos que todo cumpleaños lleva parejos.
Además de las cuestiones históricas existen otros motivos, algunos añejos ya, para que la fecha de mi cumpleaños sea algo secundario. Por ejemplo, el hecho de cumplir años en verano es una pesada carga cuando estás en primaria, porque nunca puedes llevar caramelos y adquirir cierto protagonismo, pasajero bien es cierto, pero protagonismo al fin y al cabo. Si me apuráis, el asunto se parece mucho a las compañías ferroviarias privadas o de pequeño tamaño: son muy recordadas en su área de influencia, en la zona en la que desarrollaron su tarea, pero se pierden en el miasma de la gran historia del ferrocarril español. Pues con los cumpleaños en verano ocurre lo mismo, que los recuerdan tus familiares y amigos (ahora también los agregados al feisbuk), pero nunca podrás decir que una vez toda la clase celebró tu aniversario con canciones moñas.
Luego, cuando uno crece, es más factible correrse una juerga con los amigos en el parque municipal para celebrar el acontecimiento, pero dio la casualidad de que esa fecha siempre coincidía con mi estancia lejos del hogar, estancia no de plaisir, que dicen los franceses, sino para trabajar de ferias (ahora no recuerdo si nos pillaba en La Roda o en Toledo, pero desde luego no en Santa Cruz). Para cuando se terminó el asunto de la venta ambulante comenzaron otros acontecimientos que sepultaron el hecho del cumpleaños en lo más hondo de las celebraciones: bodas y muertes de familiares, la mili en Canarias, y así un largo etcétera con el que no os aburriré. Tal vez por todo ello no me guste celebrar el cumpleaños, y procuro estar siempre lejos de casa ese día, seguramente como remembranza de otras estancias en tierras lejanas coincidentes con mi onomástica. Pero el motivo principal es el maldito 18 de julio. 
Era viernes, o al menos eso dice internet, y también sé, por lo que me han contado, que la feria de Santa Cruz se celebraba por aquél entonces. De hecho, el 18 era la apertura de la fiesta, con fuegos artificiales y todo eso (obvia decir que mi nacimiento impidió a mis progenitores contemplar tamaño espectáculo, y de paso también a mi tío Pepe, que fue quien llevó a mis padres al hospital de Valdepeñas). Curiosamente ese 18 de julio fue el último que se celebró bajo la mirada de Franco, ya que el dictador murió ese mismo año, un 20 de noviembre. Ya sé que el hecho tendría que alegrar un poco los regustos amargos que me provoca pensar en el alzamiento nacional, pero ni así lo consigo. Supongo que será una carga que habré de llevar toda la vida, igual que las compañías ferroviarias de ámbito comarcal o provincial siempre supieron que su ámbito de acción no rebasaría su territorio. En fin, no le daré más vueltas: cumplo años de nuevo, y otra vez en 18 de julio, qué le vamos a hacer.
Por cierto, hablando de trenes, hace tiempo que no me asomo al blog con una buena historia sobre el particular. Me la reservo para la próxima semana. Será mi regalo de cumpleaños.


sábado, 7 de julio de 2012

El eterno retorno

Resulta curiosa la manía que tiene la vida de demostrarnos que todo está enlazado y que las casualidades ocurren, sólo que no sabemos si fortuitamente o con intención. Veréis, la semana pasada escribí un artículo sobre una calle de Santa Cruz llamada La roja, artículo que apareció en el Jaraíz del 29 de junio. Pues bien, un amigo del feisbuk puso una foto de esa misma calle, la relacionó con el fútbol, una cosa llevó a la otra, comenzaron los comentarios... Y ahora ya estamos y todo por el latín. Resulta curioso, la verdad, cómo las redes sociales permiten este tipo de interacciones, sobre todo porque mis comentarios (al menos los iniciales) no tenían ninguna intención de adoctrinar, simplemente recordar la historia de esa vía pública y la necesidad de que no confundiéramos el culo con las témporas. En fin, que os dejo el artículo que salió en el citado Jaraíz, así os enteráis de dónde viene el famoso nombre de La roja. Saludos.

 
Capítulo CLXV: Pigs, rojas y cintas de vídeo
En 1989 Steven Soderbergh dirigió una maravillosa película llamada Sex, lies and videotapes que desde entonces quedó etiquetada como una cinta de culto que había que ver (y qué razón tenían, por cierto, los críticos que la recomendaban). Por descontado, no faltaron quienes abominaron de ella, pero los elogios fueron mayoritarios, incluidos los de la estirada Cannes, que premió el film con la palma de oro y el reconocimiento de James Spader como mejor actor.
En 1948 el ayuntamiento de Santa Cruz de Mudela realizó un cambio de nombre en el viario local. Resulta que en la localidad existía (aún existe, por fortuna) una calle llamada La roja. El nombre venía de antiguo, por lo menos desde el siglo XIX, por lo que no tenía ninguna connotación política. Todo parece indicar que en esa vía urbana vivió una mujer pelirroja que terminó dando nombre a la calle. Pero las conciencias nacionales de los dirigentes de entonces vieron oportuno rebautizarla como calle José Antonio (para contrarrestar algo tan grave como La roja tenía que ser con la muestra).
También en 1948 la situación en la España de posguerra parecía a punto de cambiar. Hacía tres años que la II Guerra Mundial había terminado, clausurando con ello (herida cerrada en falso, eso sí) los episodios del fascismo y del nazismo. Franco había iniciado, desde 1943, un repliegue hacia posiciones más neutrales (desde la no beligerancia a la neutralidad; para ello mandó retirar la División Azul ideada por Serrano Suñer y por Muñoz Grandes, como ya contamos aquí en otra ocasión). El ascenso de Truman a la presidencia de EE.UU. y su implacable política con la URSS jugaron a favor del régimen franquista al trasladarse el polo de atención de los Estados occidentales hacia los países comunistas del Este de Europa. Comenzaba la llamada Guerra fría y Franco, que era un convencido enemigo de todo lo que oliera al azufre comunista, aprovechó el momento. El boicot internacional al régimen se fue debilitando, abriéndose de nuevo la frontera francesa precisamente en 1948 y levantando la ONU, en 1950, el veto que había impuesto contra España. Finalmente, en 1953 se produjo el reconocimiento internacional del Estado franquista con la firma del Concordato con el Vaticano y con las negociaciones bilaterales España–EE.UU. en el Pacto de Madrid. Todo ello permitió que España ingresara en la UNESCO para desesperación de los demócratas de nuestro país.
En 2004 los griegos, contra todo pronóstico, se hicieron con el título de campeones de Europa. Con un fútbol rácano y cicatero, los helenos conquistaron un trofeo ante los portugueses y, precisamente, en tierras lusitanas. Parecía entonces que se iniciaba una época extraña en el balompié, que los italianos se encargaron de finiquitar en 2006 con su victoria ante los franceses (los mismos que nos bailaron el agua en octavos y que callaron la boca a algunos periodistas españoles que, ufanos, decían que íbamos a jubilar a Zidane). En cualquier caso, los portugueses quedaron cuartos, lo que indicaba cierta tendencia ibérica a quedar bien en los eventos deportivos.
Para 2008 y con un fútbol exquisito la Roja (no la de la calle santacruceña, que es la original, sino la selección española, llamada así en un alarde de originalidad porque viste, efectivamente, de rojo), se hizo con el título de campeona de Europa, en unos cuartos de final memorables contra Italia y en un partido contra los teutones épico. La racha siguió en 2010, esta vez ante los holandeses. El mundial lo ganamos con más apuros, con algunas críticas al juego de la selección, pero con un espíritu vencedor que permitió soslayar las coces de los oranges, convertidas en una especie de justicia histórica por las barrabasadas que el amigo D. Fernando Álvarez de Toledo, el tercer Duque de Alba, les hizo a sus antepasados en el siglo XVI, ya saben, aquello de entrar a fuego y hierro en los hogares de las Provincias Unidas.
Y este 2012, de momento, seguimos con buen pie. Cuando ustedes lean esto Portugal y España se habrán enfrentado entre sí, lo que produce una especie de paradoja ciertamente curiosa. Verán, de los cuatro países que los norteños, unos cachondos ellos, llaman PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y Spain), dos están en semifinales y otro ha llegado a cuartos. Bien es cierto que nuestra selección, la Roja (no la de Santa Cruz, ya saben) no está jugando como acostumbra y que ya nos conocen y nos ponen trampas, pero de momento vamos salvando los escollos. No sé si España ganará la Eurocopa, pero desde luego en otros aspectos somos los campeones, sin paliativos, de la Europoca: pocas expectativas de crear empleo, poca iniciativa gubernamental por crecer (y mucha por recortar), poca vergüenza torera para admitir los errores y dimitir, pocas verdades, poco interés por la educación y la sanidad... Sinceramente, cambiaba ahora mismo los trofeos de las vitrinas por una mejora sustancial de la prima de riesgo esa, de la tasa de paro, de los índices de pobreza o de las aulas con 42 alumnos. Parca y magra alegría resultará otro título deportivo si el asunto sigue tan tenebroso y oscuro como hasta ahora, dando la sensación, de nuevo, de encontrarnos ante el enésimo episodio del Panem et circenses. En cualquier caso, les reconozco que estoy orgulloso de La roja. Pero de la de Santa Cruz, obviamente. Hasta la próxima.