domingo, 28 de octubre de 2012

Con el aire que llevan...

Hace unos días mi primo Pepe me mandó un chascarrillo vía mensaje del facebook y me hizo recordar los distintos cantares que existen en torno a nuestra tierra y sus particularidades. Un vistazo a las hemerotecas de principios de siglo (esas que luego sirven para comprobar que, efectivamente, la Cospedal dijo lo que dijo sobre no recortar sanidad y educación) permite esbozar una sonrisa ante lo ocurrente de algunas copillas. Muchas de ellas son ofensivas, otras reflejan un hecho anecdótico que ocurrió en cierta ocasión, las más se dedican a glosar la lozanía y belleza de las mozas del lugar. Es mi intención en esta entrada el recordar algunos de estos cantares de La Mancha y sus gentes, entre los cuales citaré, como no podía ser de otra manera, los dedicados al ferrocarril, que también los hay y muy buenos.
No voy a abrumaros con la enorme cantidad de estas copillas, porque la recopilación que llevó a cabo Eusebio Vasco consistía en 30 000 cantares manchegos, nada menos. Pero sí quería destacar algunos que me parecen graciosos o ingeniosos. Empezaremos, en cualquier caso, con los hirientes, con los confeccionados para hacer burla y chiste del pueblo de al lado. Uno de los más curiosos es éste, que hace referencia a San Carlos del Valle: No te cases en el Cristo, porque dicen las cristeñas que quien se casa en el Cristo otro día va por leña. ¿Gracioso, verdad? Pues sobre Valdepeñas hay un montón de estos cantares cachazudos. La gran Valdepeñas, la ciudad enorme, cosmopolita, rica y avanzada de principios de siglo, atraía la envidia e inquina de algunas mentes pensantes, que dejaron para la posteridad perlas como ésta: Valdepeñas con ser tan grande parece corral de vacas y Moral con ser tan chico parece taza de plata. Y no os creáis que hacían referencia exclusivamente a la ciudad; de la ironía y la mala baba no se libraban ni las muchachas: En Valdepeñas madre pantorrilludas. Cuatro pares de medias gastan algunas. O este otro, que es el culmen de lo refinado: A Sevilla he de ir a por una sevillana, porque las de Valdepeñas espigan pero no granan. Incluso se tomaba Valdepeñas como final de trayecto de aquellas mujeres casquivanas y licenciosas: Mala fuiste en Infantes y en Torre de Juan Abad y has venido a Valdepeñas a acabarla de enmendar. En descargo de Valdepeñas diré que hay otros muchos que cantan sus excelencias, sobre todo del vino, siempre tan presente en esa gran urbe modernista y avanzada: Si Valdepeñas soltara en el Jabalón sus vinos aunque la lluvia faltara molerían los molinos.
No hay que pensar que la gente tenía fijación con la ciudad del vino; las pequeñas poblaciones también tenían sus cantares, que los vecinos solían recordar con tono jocoso y festivo: Torrenueva ya no es pueblo que es una segunda corte. ¿Quién ha visto en Torrenueva jornaleros con bigote? O este otro en el que se alaba la presteza de las mozas del pueblo en el bailar y su nulidad como modistillas: Las muchachas de Porzuna son pocas y bailan bien. Pero tocante a la aguja ninguna sabe coser. Y por supuesto, como santacruceño no puedo dejar de recordar ese cantarcillo que nos sacaron a los del pueblo, y que dice: Santa Cruz de Mudela múdate al Viso, que quien te puso Mudela mudarte quiso. Claro, que luego bien nos vengamos nosotros con un cantar repleto de gracia manchega, que un día nos enseñó Ángel Bravo en la biblioteca, el cual dice así: Vale más Monteagudo y sus "redores" que la plaza de Almagro con sus balcones.
Dentro del mundo ferroviario, algunos cantares citan las estaciones, como los que existen de Valdepeñas o Puertollano. Pero uno muy conocido y que me gusta bastante, sobre todo porque hace referencia a los trenes ascendentes que pasaban por nuestro pueblo camino de la capital, es el que dice Santa Cruz de Mudela cómo reluces cuando suben y bajan los Andaluces. Sin embargo, el grueso de estos cantares tiene que ver con el ferrocarril de Valdepeñas a Puertollano, el ya comentado Trenillo. Existen un montón de coplas y dichos sobre este medio de transporte, de los cuales he elegido estos cuatro, que espero disfrutéis: El Moral ya no es Moral, que es un segundo Madrid. ¿Quién ha visto en el Moral correr el ferrocarril? El trenillo del Moral no puede llevar tres coches, se asusta de las olivas y descarrilan los coches. Con el aire que llevan las moraleñas derriban el trenillo de Valdepeñas. El trenillo del Moral lo derribaron de un soplo y las muchachas decían: que nos traigan pronto otro.
Voy a terminar el artículo con algunos cantares sobre la belleza de las mozas del lugar, que de éstos siempre hubo buenos ejemplos. No es por hacer un ejercicio chovinista del pueblo donde vivo, pero sobre la guapura de las santacruceñas hay multitud de coplas. Sirvan de ejemplo estas dos: En Manzanares manzanas, en la Membrilla membrillos, en Santa Cruz buenas mozas y en Valdepeñas buen vino. Santa Cruz de Mudela tiene la fama de las mejores mozas que hay en La Mancha. En cualquier caso casi todos los pueblos tienen su cantar elegíaco, el cual suele situar a las mujeres del término municipal como las más bellas del entorno, aunque a veces el mensaje no quede tan claro... En Valdepeñas madre las hay hermosas. Las tinajas del vino, también las mozas. 
Es cierto que estas coplas muchas veces son más anecdóticas que otra cosa; también es verdad que no suelen ofrecer información abundante. Pero nos ayudan a entender un poco la sociedad del momento, los monumentos (muchos de ellos citados en estas coplas), el desarrollo de la vida, etc. En definitiva, son un legado social único e irrepetible que hay que atesorar como un bien inmaterial, un ejemplo de cultura popular que demuestra de dónde venimos y por qué somos como somos (no en vano las gracias de Mota o de la Muchachada tienen que tener su origen en algún sitio). No sé si alguna vez estos cantares se perderán en la vorágine de lo inmediato que es el siglo XXI. Tal vez ya han comenzado a olvidarse, sepultados por enormes cantidades de datos innecesarios que vamos acumulando en nuestra mente. Pero a mí siempre me resulta muy grato encontrarme con alguna persona que los recuerda y que incluso me recita alguno que no conocía. Espero que la racha continúe.

domingo, 7 de octubre de 2012

Una reina es una reina es una...

Seguramente no hay una época más interesante dentro de la historia contemporánea de España que la de Isabel II. Bueno, la de Fernando VII tampoco está mal, es cierto, pero la cantidad y profundidad de las reformas que se llevaron a cabo desde 1843 a 1868 convierten este lapso de tiempo en fundamental para nuestro país (para lo bueno y para lo malo, en esa eterna dualidad que enmarca todas las empresas que se han puesto en marcha en la Península Ibérica, donde mejor que en ningún otro lado se pone de manifiesto que a toda fuerza positiva se le contrapone otra igual en el sentido contrario... A veces incluso dominante).
Reconozco que he leído mucha bibliografía sobre el particular, pero uno de los libros más deliciosos que me he echado al coleto es el de Cortés Cavanillas, publicado en 1961. Curiosamente la monografía es sobre Alfonso XII y no sobre su madre, pero el libro incluye jugosas anécdotas sobre el reinado de Isabel que, además, están contadas con cierta gracia. No voy a extenderme sobre las mismas, pero la que más me gusta es una que hace referencia a la supuesta homosexualidad de Francisco de Asís, el rey regente. Según cuenta el libro, Isabel contó a sus allegados (ya sabéis que la reina se rodeaba de una camarilla en la que el mérito principal era ser milagrera, confesor o pisaverde) que en la noche de bodas se llevó una sorpresa morrocotuda cuando comprobó que el rey llevaba sobre su cuerpo más puntillas que ella misma. Si tenéis oportunidad de leerlo, no lo dudéis. Es un libro muy afín a los Borbones, que ensalza todos y cada uno de los actos de Alfonso, pero es de lectura amena.
Retomando la cuestión de la entrada, y siendo este blog referido a los caminos de hierro, la época de Isabel es la del tren, la de la primera ley de ferrocarriles, la de la expansión por la Península de los primeros raíles, la de las primeras decepciones, la de los primeros trayectos y los primeros vacíos, la de los primeros proyectos que se quedaron en el papel, la de los primeros yerros... Una época de trenes, que huele a carbón y vapor, que tiene el color del gris del balasto y del pardo amarillento de la creosota de las traviesas de roble. Y fue durante el gobierno largo de Unión Liberal (una vez apagados los fuegos del Bienio progresista y en plena vorágine constructora) cuando la reina decidió hacer una visita a Santa Cruz de Mudela, utilizando el tren para ello. El asunto está narrado en un montón de relatos decimonónicos, aunque el que más me gusta es el de Cos-Gayón, pues en él se describen las poblaciones que se visitan, las gentes que acuden a ver a Isabel, etc. Y os puedo asegurar que las autoridades locales se tomaron el asunto con gran interés, habida cuenta de que se gastaron siete mil reales para engalanar la villa con arcos florales, globos, vasos de colores, bengalas en el paseo de la estación, etc. Se trataba de recibir a la máxima autoridad de España con honores y devoción, aunque el pueblo que admiraba los ropajes, los carruajes y el trasiego de la comitiva real, ese día, tal vez no tuviera ni para comer. Quizá por eso y por acallar algunas conciencias, era usual repartir limosnas en las villas que se visitaban. En Santa Cruz se dieron 20 000 reales para pobres y 2000 para la parroquia, lo que evidencia dos cosas, una evidente (la religión poseía un poder intocado en la época de Isabel) y otra derivada (las familias menesterosas de la población eran muy numerosas; esto último lo podemos deducir porque de los 54 000 reales que se repartieron entre Alcázar, Manzanares, Valdepeñas, Viso del Marqués y Santa Cruz, el 37 por ciento de esa cantidad se destinó a la población santacruceña, lo que implica que en ese momento la situación no era muy halagüeña, y desde luego que era así: epidemias, sequía, esterilidad en los campos, etc.).
El alojamiento real se ubicó en la casa de los Barnuevo, que estaba en la plaza (y que en la localidad fue siempre conocida como de la Chirona). Y según cuentan los viejos del lugar (y los que no lo son tanto) la habitación donde durmió Isabel quedó bautizada, desde entonces, como la de la reina. Lo que nos habla del impacto que estos viajes provocaban en pequeños municipios como el de Santa Cruz, los cuales rompían la dinámica recurrente de trabajo de sol a sol, calles embarradas y sucias, paredes encaladas, niños descalzos, viáticos apresurados en mitad de la noche... 
Curiosamente el nieto de Isabel, Alfonso XIII, también viajó mucho a Santa Cruz. Pero bien porque la época era la del siglo XX, bien porque los viajes fueran más discretos y con una finalidad tan mundana como la de la caza, lo cierto es que no tuvieron tanto impacto... Pero para desgranarlos habrá que esperar a otra ocasión, es lo que tiene no querer convertirse en cansino. Así que, hasta la próxima ocasión.